El 1 de abril del año anterior, los mendigos del mar, piratas al servicio del príncipe rebelde Guillermo de Orange, se habían apoderado de la ciudad costera de Briel, lo que desencadenó una revuelta que se extendió rápidamente por amplias zonas de los Países Bajos. Haarlem, una ciudad de 14 000 habitantes situada en una franja de tierra entre el mar del Norte y el lago Haarlemmermeer que conectaba el norte y el sur de Holanda, abrió sus puertas a los rebeldes a principios de julio de 1572.
Durante el mes de julio se produjeron intensos combates en los alrededores de Haarlem entre las tropas rebeldes y elementos del Tercio de Lombardía destacados en Holanda, hasta que estos evacuaron la zona por orden de Alba para acudir al asedio de Mons, en el sur. Después de que el 21 de septiembre, Luis de Nassau, hermano del príncipe de Orange, rindiese esta ciudad al Ejército de Flandes, el duque de Alba condujo sus tropas en una rápida campaña hacia el Mosa para desde allí cruzar el Rin y pasar a Holanda.
Con Alba enfermo de gota en Nimega, su hijo don Fadrique asumió la dirección del ejército, que tomó Zutphen y Naarden de camino hacia Ámsterdam, la única ciudad que seguía bajo control real en Holanda, donde la vanguardia española llegó el 3 de diciembre. Don Fadrique y su estado mayor decidieron entonces tomar Haarlem para aislar el territorio rebelde del norte de Holanda de las ciudades del sur, lo que permitiría la ulterior conquista de los puertos de Enkhuizen y Hoorn, y levantar el bloqueo naval rebelde sobre Ámsterdam.
El gobierno municipal de Haarlem, asustado por la masacre de los defensores de Zutphen y Naarden, se mostró dispuesto a abrir las puertas, pero los orangistas se hicieron con el control. El secretario de Guillermo de Orange, Philips van Marnix, y el gobernador militar, el barón Wigbolt Ripperda, dispusieron la defensa. El 12 de diciembre el ejército católico bloqueó Haarlem y derrotó al sur de la ciudad una fuerza rebelde de 4500 infantes, 200 caballos y 4 cañones, capitaneada por Willem de La Marck, señor de Lumey, que acudía en su auxilio desde Leiden. A pesar de ello, Haarlem se negó a rendirse, por lo que don Fadrique inició un asedio formal. 14000 soldados de infantería y 800 de caballería acamparon alrededor de la ciudad. Las obras de zapa y el bombardeo se dirigieron sobre el tramo norte de las murallas.
El asedio de Haarlem
Entre el 18 y el 20 de diciembre, la artillería católica bombardeó las murallas con 1514 bolas sólidas de hierro que abrieron brecha. Don Fadrique ordenó el asalto, pero los soldados defensores, ayudados por milicianos, mujeres y niños, lograron rechazarlo. Los católicos esperaban una fácil victoria, pero la situación se enquistó. Mientras los rebeldes abastecían la ciudad con trineos sobre la superficie congelada del Haarlemmermeer, el ingeniero jefe del ejército real, Bartolomeo Campi, y el gran maestre de la artillería, Jacques de La Cressonière, cayeron en combate.
El 14 de enero, Guillermo de Orange trató de abrir una brecha en las líneas de asedio con 1800 o 2000 infantes y 500 caballos, pero fue derrotado y perdió 250 hombres. Entre tanto, el frío y las incursiones de los sitiados mermaban las filas realistas. Un nuevo asalto de la infantería española se saldó en fracaso. En febrero llegó el deshielo y ambos bandos aprestaron flotillas fluviales para hacerse con el control del Haarlemmermeer. El conde de Bossu, almirante real de Holanda, introdujo galeotas y otras naves de poco calado en el lago desde Ámsterdam; su rival rebelde, Marinus Brandt, tenía su base en Leiden.
Orange ordenó al gobernador rebelde del norte de Holanda, Diederik Sonoy, que bloquease las líneas de suministros del ejército católico, que llegaban a Ámsterdam desde Utrecht por el río Vecht y el dique de Muiden. El 12 de marzo los rebeldes bloquearon el dique, pero Bossu y sus tropas los desalojaron el día 18. Entre tanto, en Haarlem, el 25 de marzo Ripperda ordenó una salida sobre las posiciones de la infantería alemana del rey al sur de Haarlem. El ataque fue un éxito: los alemanes tuvieron entre 300 y 1000 bajas y perdieron 9 banderas y 7 cañones. Para impedir que los sitiados siguiesen recibiendo provisiones por vía fluvial desde Leiden, don Fadrique hizo construir una red de fortines en “la isla”, un espacio de prados pantanosos junto a la ciudad. La armada de Bossu fondeó ante el principal de dichos fuertes.
El 7 de mayo, los rebeldes volvieron a tratar de apoderarse de dique de Muiden desde el norte de Holanda, pero fueron derrotados por dos compañías de milicianos de Ámsterdam a las órdenes del capitán Francisco Verdugo y perdieron 300 hombres. Dentro de Haarlem, mientras tanto, el bloqueo se hizo sentir: Ripperda arrestó a los que querían rendirse y ordenó un racionamiento estricto el 18 de mayo. Para entonces, solo lograban sortear el cerco pequeños grupos de soldados provistos de pértigas para saltar por encima de los riachuelos y pantanos.
A finales de mayo, Orange ordenó al almirante Brandt que acometiese con todas sus fuerzas a los católicos. La noche del 25 al 26 de mayo, flotilla rebelde desembarcó tropas en el pueblo de Hillegom y en la isla que atacaron las líneas realistas, pero fueron derrotadas. El 28 de mayo el conde de Bossu pasó a la acción y acometió a la armada rebelde con 73 naves en las que había embarcado 12 compañías de infantería española, 12 valonas y 3 alemanas. Brandt contaba con 108 buques, pero fue derrotado y perdió una treintena.
Tras este fracaso, Orange redobló sus ataques sobre las precarias líneas de suministros españolas a lo largo de todo el frente. El 2 de junio, Diederik Sonoy y sus tropas lograron asentarse en el dique de Muiden, lo que obligó a don Fadrique a hacer transitar los convoyes por una ruta más insegura. Al mismo tiempo, otro oficial rebelde, Dirk van Bronckhorst-Batenburg, descendió por el Ámstel con 1500 hombres y tomó Oudekerk. Las dos fuerzas rebeldes estaban solo a 7 km de distancia. Si lograban enlazar, el ejército católico quedaría aislado y tendría que levantar el cerco. Para alivio del duque de Alba, Bronckhorst-Batenburg no se atrevió a seguir avanzando y se retiró. El duque guarneció la línea del río Vecht desde Utrecht hasta Ámsterdam con 4000 soldados.
A finales de junio llegaron importantes refuerzos al campo sitiador: veinticinco compañías de españoles veteranos de Italia, que formaron los llamados tercios de San Felipe y Santiago, y acamparon al sur de Haarlem entre los valones y los alemanes. La situación en la ciudad era entonces muy adversa: los alimentos se estaban acabando y se produjeron actos de indisciplina entre las tropas, que saquearon varias viviendas. Los milicianos locales exigieron que sus representantes estuviesen presentes en las reuniones de Ripperda con sus oficiales y los burgomaestres y regidores en el ayuntamiento.
El 8 de julio, Orange hizo un último intento desesperado de socorrer la ciudad. Dirk van Bronckhorst-Batenburg avanzó desde Leiden con 4000 infantes, 600 caballos, 6 cañones y un convoy de 500 carros cargados de víveres para tratar de abrirse paso entre las líneas católicas. La empresa acabó en desastre. La infantería y la caballería españolas estaban prevenidas y vencieron con facilidad a los rebeldes, que tuvieron entre 1500 y 2000 bajas, incluido Bronckhorst-Batenburg, y perdieron toda la artillería, todos los carros, 14 banderas y un estandarte. En el ayuntamiento de Haarlem se produjeron discusiones acaloradas al saberse de la derrota. Ripperda y otros pretendían evacuar la ciudad y abrirse paso entre las filas católicas, pero finalmente se descartó dicha opción y, tras unas breves negociaciones, los defensores capitularon.
Rendición y balance
El 13 de julio entraron en Haarlem el conde de Bossu y el maestre de campo Julián Romero con las tropas de Felipe II. Los defensores depositaron sus armas en el ayuntamiento y fueron reunidos en distintas iglesias de la ciudad en función de su nacionalidad. Los burgueses reunieron dinero a toda prisa para entregar una suma de 100 000 florines al tesorero del ejército real, anticipo de unos 240 000 pactados para evitar que los soldados del rey saqueasen la ciudad. Entre el 15 y el 21 de julio, fueron ejecutados entre 1735 y 2300 de los defensores de Haarlem, incluido el barón Ripperda. Los verdugos, exhaustos, acabaron arrojando a los prisioneros, atados en grupos, al río Spaarne.
Para el duque de Alba y el Ejército de Flandes, la conquista de Haarlem fue una victoria pírrica: los ocho meses de combates y penurias les costaron miles de bajas y llevaron a un motín de la infantería española pocas semanas después. El asedio de Haarlem, además de uno de los más icónicos de la Guerra de Flandes, fue el primero en el que el ejército de Felipe II tuvo que hacer frente a las enormes dificultades tácticas y logísticas que caracterizaron la contienda.
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